sábado, 5 de julio de 2008

En esta pintura se puede contemplar varias características propias del romanticismo, el heroe enamorado, un amor idealizado, así como también la rebeldía a las reglas y costumbres de esa época.

Fragmento de una obra

Alberto se volvió y sus ojos se encontraron en efecto con los de la baronesa Danglars, que le hizo un saludo con su abanico. En cuanto a la señorita Eugenia, apenas se dignaron inclinarse hacia la orquesta sus grándes y hermosos ojos negros.
-En verdad, amigo mío -dijo Chateau-Renaud-, no comprendo qué es lo que podéis tener contra la señorita Danglars, es una joven lindísima.
-No lo niego -dijo Alberto-, pero os confieso que en cuanto a belleza preferiría una cosa más dulce, más suave, en fin, más femenina.
-¡Qué jóvenes estos! -dijo Chateau-Renaud, que como hombre de treinta años tomaba con Morcef cierto aire paternal-, nunca están satisfechos. ¡Cómo! ¡Encontráis una novia, o más bien otra Diana cazadora y no estáis contento!
-Pues bien, entonces mejor hubiera yo querido otra Venus de Milo o de Capua. Esta Diana cazadora siempre en medio de sus ninfas, me espanta un poco. Temo que me trate como a otro Acteón.
En efecto, una ojeada que se hubiera dirigido sobre la joven podía explicar casi el sentimiento que acababa de confesar el joven Morcef.
Eugenia Danglars era hermosa, como había dicho Alberto, pero era una belleza un poco varonil. Sus cabellos de un negro hermoso, pero un tanto rebeldes a la mano que quería arreglarlos; sus ojos negros como sus cabellos, adornados de magníficas cejas, y que no tenían más que un defecto, el de fruncirse con demasiada frecuencia, eran notables por una expresión de firmeza que todos se maravillaban de encontrar en la mirada de una mujer. Su nariz tenía las proporciones exactas que un escultor habría dado a una diosa Juno. Sin embargo, su boca era demasiado grande, aunque adornada de unos dientes hermosos que hacían resaltar unos labios cuyo carmín demasiado vivo se distinguía sobre la palidez de su tez; en fin, dos hoyitos más pronunciados que de costumbre en los extremos de su boca, acababan de dar a su fisonomía ese carácter decidido que tanto espantaba a Morcef...

El conde de montecristo , Alejandro Dumas.
tomado de: http://www.bibliotecasvirtuales.com/biblioteca/LiteraturaFrancesa/Dumas/ElCondedeMontecristo/terceraparte/capitulo10.asp



Fragmento de poesía

Evaporaban las rosas los perfumes de sus almaspara que los recogierasen aquella noche mágica;para que tú los gozases su último aliento exhalabancomo en una muerte dulce,como en una muerte lánguida,y era una selva encantada,y era una noche divinallena de místicos sueños y claridades fantásticas.
(Fragmento de un poema de Edgar Allan Poe)
Tomado de: http://amediavoz.com/poe.htm#A%20ELENA